Antecedentes del Modernismo: Romanticismo, Realismo, Naturalismo y Costumbrismo

16.10.2013 22:15

La larga hegemonía –o, al menos, presencia– que tiene el romanticismo en América tendrá consecuencias decisivas en el proceso literario que se registra en el último tercio del siglo. Aun en autores que vacilarían en llamarse verdaderos representantes de esta tendencia, las costumbres del sentimentalismo, la seducción por el pasado y su reconstrucción histórica, y la omnipresente idealización de todo (personajes, paisaje, atmósfera, lenguaje) siguen ejerciendo su seducción de modo tan obstinado que, hacia fines del XIX, entroncan –en algunos niveles– con las estética modernista, que era justamente una reacción contra las más desmayadas y amorfas expresiones del romanticismo. En cierto sentido, el modernismo rescata y revitaliza el espíritu de aquella escuela y lo proyecta en una dimensión nueva: la del más elevado refinamiento estético. Esto también explica por qué la transición del romanticismo hacia el módulo realista, que venía a contradecirlo, es tan lenta, o casi imperceptible en ciertos momentos del proceso: son tendencias antagónicas que aparecen como si fuesen complementarias o frases salidas de un mismo molde.

    De hecho, el fenómeno no es exclusivo de América: también en Europa el romanticismo va cediendo gradualmente ante el realismo y creando estados intermedios: hay un “romanticismo realista” (Stendhal, Balzac) y asimismo un “realismo romántico” (Dickens). En el siglo XIX existen tres corrientes literarias que confluyen en ciertas características: el realismo, el naturalismo y el costumbrismo. El realismo es un sistema estético que busca imitar el entorno social en el que la obra se elabora; sin embargo, dicha imitación no es gratuita, ya que el Realismo realiza serias críticas a los vicios y defectos sociales. Estéticamente, el realismo propone que lo que el autor contempla es lo mismo que da a contemplar su texto; es decir, que hay una correspondencia casi absoluta entre el mundo literario y el real. Eso se consigue mediante ciertos procedimientos y ángulos de enfoque: personajes y ambientes “promedio”; interés por mostrar que la sociedad no es homogénea sino contradictoria, desigual y cambiante, como la experiencia diario lo comprueba; gusto por reproducir formas orales y peculiares del lenguaje “de la calle” o “del pueblo”; limitada introspección y abundante descripción para dar al lector una vívida sensación de la época; crítica de los males de la sociedad moderna y, con frecuencia, formulaciones para resolverlo.

    El Naturalismo es una corriente que intensifica los caracteres humanos, es decir, es una especie de “realismo potenciado”, mientras que el costumbrismo realiza un enfoque en las costumbres de un país o región. La mayoría de las veces no es posible clasificar tajantemente una obra literaria dentro de alguna de las tres corrientes anteriores, ya que, en muchas ocasiones, las características de estos movimientos suelen confluir en una sola obra. Por ejemplo, María de Jorge Isaacs a pesar de que suele ser nombrada como uno de las obras más representativas del romanticismo latinoamericano, tiene también características del costumbrismo y del realismo.

    Podemos afirmar que muy rara vez –incluso podríamos aventurarnos a decir nunca– será totalmente adepta a un movimiento literario, ya que siempre habrá vestigios de los movimientos pasados o indicios de los que empiezan a surgir. En este sentido, la secuencia realismo-naturalismo que suelen presentar nuestras historias literarias, sólo opera al comienzo del proceso ya que luego, en su fase madura, se produce una superposición o confluencia de ambas formar, más la crepuscular del romanticismo y la inicial del modernismo.

    Algo importante contribuyó en las sociedades hispanoamericanas de esa época a la transición hacia el realismo: en medio de contradicciones y retrocesos, luchas internas, querellas entre el Estado y la Iglesia, y una ola de intervenciones extranjeras, las naciones del continente, que ya habían tratado de aplicar la fórmula liberal, querían superarla con nuevos modelos constitucionales y políticas financieras, inmigratorias y educativas. Las demandas del desarrollo interno se hacían más urgentes y complejas; la realidad social era también más rica y problemática porque la inserción de gentes de origen europeo o asiático, las numerosas inversiones extranjeras y el proceso de urbanización e industrialización que todo eso suponía, iban creando riqueza y oportunidades, pero a costa de sacrificios de ciertos sectores y clases sociales.

 

Bibliografía:

Oviedo, José Miguel, Historia de la literatura hispanoamericana 2. Del romanticismo al modernismo, Alianza, Madrid, 2001